Wiki Creepypasta
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Basado en los sucesos dados durante el gobierno de Marcos Pérez Jiménez.

 (Venezuela, 1952-1958)

11:49 p.m.


Ya han pasado muchas horas desde que todo comenzó. Mamá me ha dicho que no me asome por la ventana, que permanezca oculta y que incluso, me mantuviese bajo una mesa, una cama o cualquier mueble, o que me metiera en el armario o la alacena si era posible.

No he tenido necesidad alguna de ver el exterior y le he hecho caso. Pero ahora, tengo un mal presentimiento… Me da curiosidad; siento que algo más está pasando afuera.

No estoy segura de si asomarme o no; he escuchado varios disparos en lejanía y cercanía. Algunos gritos, uno que otro llanto. No me sorprende, de hecho; desde que aquel hombre tomó el mando, esta situación es frecuente. Todos los días hay toques de queda, aunque este se ha extendido un poco más de lo normal…

Puedo oír algunos murmullos extraños… No, un llanto. El llanto de un niño. Pobre pequeño: habrá quedado solo fuera de su casa… Lo matarán, es lo más seguro. Pero además del llanto hay una voz… Es una chica.

¿Qué es lo que está pasando? Si me asomo por la ventana, si sólo dejo espacio para un ojo… Una pequeña abertura de las cortinas… Quizás pueda verlo.

Mamá no me está viendo, así que lo intentaré.

Subo con cuidado encima de un pequeño taburete. Sigo sin crecer lo suficiente como para alcanzar la ventana estando de puntillas… Sólo ruedo un par de centímetros la cortina, lo suficiente como para ver un pequeño punto de la calle. ¡Veo al niño! Pero, ¿y la chica? ¿Dónde?

Oh, ahí, ahí; llegó corriendo junto al pequeño. Lo toma en brazos; ella misma está aterrada… Escucho las fuertes e intimidantes pisadas de los oficiales; sin importarme mucho mi seguridad, abro más la cortina para poder verlos.

Se ríen. Abiertamente y a carcajadas. Uno de los tres hombres armados apunta el fusil; aguanto la respiración, con la esperanza de no haber sido vista, pero no me oculto. Algo me hace seguir viendo… Lo siguiente pasó rápido.

La joven empujó al niño apenas el oficial dio la orden. El pequeño avanzó unos cuantos pasos, pero cayó al suelo justo cuando una bala atravesó el cráneo de la muchacha, reventando su cabeza como si de un globo de carne se tratase. Sus restos chocaron contra la pared de una casa a sólo un par de metros de ellos, y se salpicó de sangre el rostro del infante. El pequeño quedó en shock, pero no le dieron tiempo para llorar: un segundo disparo le dejó en silencio.

Al sonido de fuego, una corriente de nervios atravesó mi cuerpo y me dejó inmóvil; estaba completamente paralizada contemplando la escena. Algunas lágrimas resbalaron por mis mejillas; las cortinas estaban ya completamente abiertas y uno de los oficiales me vio.

Se me hizo un nudo en la garganta cuando este alzó su arma y la apuntó a mí, y al estruendo del disparo coincidente con el campaneo de la media noche sentí cómo era jalada hacia un lado. Cuando volví en mí, me encontré con mi madre. Me estaba regañando, y varias veces lo hacía señalando el agujero de bala que había dejado el tiro fallido en la pared de mi sala. Ella empezó a llorar conmigo y me abrazó; un poco más y mi cabeza hubiese hecho lo mismo que hizo la de la chica.


11:10 p.m.


Estoy sola. ¿Qué voy a hacer? ¿Qué puedo hacer? ¡No tengo escapatoria alguna! Escucho sus pasos, escucho los disparos, escucho el tintineo de los casquillos golpeando el suelo cada vez que eliminan a uno más.

No sabíamos que había comenzado el toque de queda. Lo supe cuando el ojo de mi madre fue perforado por una bala al asomarse por la ventana, preocupada porque mi hermana no llegaba. Ahora sé que no llegará, y me encuentro en compañía sólo de un maldito cadáver. Lleva horas en el mismo lugar, pero no pienso moverlo.

Papá no está, trabaja como siempre. Está seguro, lo sé; él está entre las filas. Pero no es de aquellos que van con armas en manos para eliminar a los inocentes que estén afuera, no; él sólo opera desde una oficina.

No voy a durar mucho, ¡lo sé! A mi corta edad voy a morir y será aquí. Quedan unas horas. No; quizás minutos, o segundos incluso. En este mismo instante, puede que uno de aquellos cabrones esté asomado por la ventana que dejé abierta, apuntando su rifle en espera de verme pasar.

¡Todo es culpa de ese cerdo hijo de puta! Desde que Pérez Jiménez llegó al poder, esto es frecuente. Culpa suya, culpa de sus segundos al mando, culpa de sus malditos militares. Estúpido padre el mío que accedió a estar a su orden.

Pero, ¿qué gano con estar aquí, escondida entre los muebles de mi casa, arrastrándome en el suelo y soltando maldiciones? Nada. Pero tampoco valdrá la pena ser objetivo; en situaciones como estas, sólo queda esperar a que la bala atraviese tu corazón y coloree el ambiente de tus entrañas.

Llevo varias horas aquí, con hambre pero con miedo de ir a la cocina: la construcción de la misma no ha sido terminada y por aquella pared abierta puede venir mi verdugo. Quién sabe, tal vez ya esté aquí conmigo, fumando tabaco en mi cuarto, planificando cómo matarme y violar mi cuerpo rígido. No sería mala idea sólo salir de mi escondite y dejarme agujerear como colador por los disparos. Siento que no vale la pena estar sola, y papá seguro no volverá.

Son unos malditos… ¡Esta vez no hubo aviso alguno! El toque comenzó desde mediodía, y a una media hora para la medianoche continúa. Nos tomó a todos desprevenidos; si tan sólo hubiésemos sabido como en veces anteriores, no hubiésemos dejado a mi hermana ir por víveres, y menos hubiese dejado a mamá asomarse.

Lo hicieron así, repentinamente, sólo para matar a más personas. Muchos fueron, son y serán asesinados, violados, golpeados y secuestrados allá afuera, sin derecho a resistencia alguna.

No tengo ni la menor idea del porqué comenzó esto, qué fue lo que lo movió; pero mi suposición es que lo hicieron por gusto. A ese maldito tirano le encanta ver la gente sufrir, le encanta asfaltar sus calles con cuerpos.

Además, mientras más sean apresados (así sea por injusticias), más producción habrá: hay que recordar que son los presos los que se encargan de las construcciones, especialmente de las calles que están en auge últimamente. Si tan sólo pudiera… ¿Qué fue eso?

Un disparo… ¿Algo más? Parece el llanto de un niño. No lo creo… Esos gritos… ¡Suena igual al pequeño Tomás! No, no, no puede ser Tomás; la señora María lo está cuidando, ¿cierto? No ha de ser cierto… Debo tomar valor; echaré un vistazo por la ventana.

¡Dios mío! Su casa está hecha un desastre, y la pobre anciana está tirada frente a la vivienda. ¿Dónde está Tomás? Allí está, frente a ella, en medio de la calle… ¿Por qué corre? ¿Será que han llegado?

Miro a un lado y allí están. ¡Malditos militares! Se ríen, ríen como los malnacidos cerdos que son. No puedo dejar que lastimen al pequeño, así que voy a salir…

Por lo menos, abro la puerta con cuidado. No quiero que me vean aún. La noche me ayuda, más mi ropa oscura y sucia de la sangre de mi madre. Ahí está… Tengo una oportunidad. Lo tomaré en brazos y lo llevaré, tiene que funcionar. No puedo dejar que lo maten. ¡Por favor, Dios, sólo es un niño!

— ¡Ja! Mario se llevará una pequeña sorpresa. Será su broma de bienvenida a las patrullas; así aprenderá cómo son las cosas.

— Eres un maldito perro, Domingo…

Aprovecho el momento en el que los hombres conversan un poco entre ellos y corro hacia Tomás. Llora amargamente; pobre pequeño, está solo ahora… Como yo. ¡No puedo dejarlo!

Lo tomo en brazos y me dispongo a correr como va el plan, pero he girado al lado equivocado. A unos metros de mí, sólo está la pared de la casa del fondo… Lo único que oía era la macabra mezcla entre los llantos del niño y las risas de los hombres.

Repentinamente, un estruendo. Por auto-reflejo empujé al niño lejos de mí; el sonido se propagó por mis oídos como lo hizo el dolor punzante en mi cráneo, y por milisegundos vi en mi sombra cómo mi cabeza se dispersaba…


5:27 p.m.


En la oficina, todo estaba tranquilo. Los papeles y mi taza de café reposaban en mis manos, justo cuando Mario entró con sus pasos y saludos ruidosos de siempre. Llevaba la gorra bien puesta, el uniforme arreglado y el arma descansando en su hombro. Parecía algo más emocionado que de costumbre.

— ¡Vicente! Hoy al fin iré a hacer patrulla; es un gran paso para mí. –Dijo. Arrugué el gesto con su andar vivaracho; ¿le alegraba eso?

— ¿En serio tanta emoción por eso? Me empiezas a asustar, carajo.

— Obviamente me emociono; podré atrapar algunos alborotadores por ahí, como todo defensor del orden. –Se excusó con orgullo. Un poco inocente, por no decir bruto.

— Los que más mueren en esas “sesiones de patrullaje” son los inocentes y lo sabes. No deberías alegrarte por eso; serás un asesino para mí. –Lo que dije pareció molestarle un poco, por lo que decidí cambiar un poco el tema.- Si al caso vamos, ¿por qué tan arreglado a esta hora? Supuestamente, el toque comienza más tarde.

— ¡Ah! Eso venía a decirte. Lo han adelantado un poco; hace horas que comenzó.

— ¿Horas?

Detuve mi trabajo para ponerme de pie y encararlo. ¿Cómo pudieron haber adelantado el toque? Era sumamente peligroso; seguramente todos estarían desprevenidos… Margarita y las niñas no creo que sepan, ¿y si les pasa algo? Lucía generalmente sale de compras a estas horas, ¡pudieron hacerle algo!

Y la señora María, pobre mujer anciana; ella nunca está enterada de nada pues vive encerrada en su casucha, generalmente cuidando al pequeño Tomás, el hijo de la vecina de al lado. El pequeño siempre salía a jugar en las tardes, y ella se sentaba frente a la vivienda a tejer. ¿Y si les tomaban desprevenidos?

Tomé a Mario por las solapas de su saco y lo jalé hacia mí. Estaba angustiado, verdaderamente angustiado. Empecé a gritarle mil barbaridades en cara; ¿cómo es que podían haber hecho eso? Lo sé, lo sé; quizás él no era el indicado para pagar por los demás, pero era el único oficial que tenía cerca. Él se mantuvo calmado, mirándome en silencio. Cuando se agotaron mis energías y cambié la furia por tristeza, lo solté y me jorobé, cubriendo mi rostro.

Él me dio unas palmaditas en el hombro y me sonrió.

— Cálmate; tu mujer y tus hijas estarán bien. Algunos de mis compañeros han salido antes y me prometieron avisarles lo que pasaría a los de tu calle.

— Y… ¿Ellos son confiables?

— Pues, claro. Son veteranos, saben lo que hacen.

— Está bien… –Luego de eso, le ofrecí una taza de café para que tomara energía antes de su salida. Le iba a ser difícil. Me aclaró que el motivo del adelanto del toque había sido la fuga de algunos reos; seguro que los pobres no aguantaban más las torturas. Luego de eso, nos despedimos y se fue.

Quedé solo, y tomé entre mis manos la pequeña caja de cartón que tenía sobre el escritorio. Mis princesas se emocionarán cuando les lleve sus muñecas; están algo grandes para esos juguetes, sí, pero a las dos les gusta coleccionarlas. Y eso que la menor es algo rebelde; se entiende en sus quince años.

Pero hoy llegaré tarde a casa; no podré irme hasta que el toque termine. No queda más que seguir con mi trabajo, luego veré cómo volveré. Ellas me estarán esperando.

Creado por Astoria Manson.

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