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-Dígame -pidió el periodista con grabadora en mano-, ¿qué lo ha inspirado a
 
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Revisión actual - 19:27 27 dic 2018

LimboP MORADOR DEL LIMBO
"Se estremece la tierra, ruge la espuma de los mares sobre las montañas, y el cielo arde en música de sombras y liras infernales"

Este es un descarriado del Limbo, penitente del Purgatorio con fecha de nacimiento en un guiño de ¡CreepyLooza! Abstente de la arena, que esto es más legal que tu jfa. Burló La Guillotina y a los Jueces del Infierno, así que cómete tu teclado.


-Dígame -pidió el periodista con grabadora en mano-, ¿qué lo ha inspirado a destruir tantas vidas?

-Señor Jean Paul, usted sabe la razón -respondió el preso desde el otro lado de la vitrina-. Es la misma que repiten los reporteros del noticiero: asesinato por celos.

-Disculpe, doctor Eberhard, pero lo que dice es incoherente. He aquí la evidencia.

Jean Paul sacó un portafolio del gabinete a su derecha. Le enseño la copia de un documento escrito en letra diminuta. Eberhard hizo una expresión entre el dolor y la risa.

-No me diga que le cree a esas ratas del Centro Investigativo.

-¿Por qué no debería de confiar en los datos y estudios que le he presentado?

-Le diré -se acercó al cristal templado -pero dudo que sirva de algo en este momento.

Jean Paul se levanto de la silla y puso la oreja sobre el vidrio que lo separaba del criminal más peligroso del sur de los Estados Unidos.

-En este momento, tras tantos años, su relato es sobre lo que gira mi vida. No haga que todos estos años de odio y resentimiento hacia usted no hayan valido la pena.

Eberhard se río mientras buscaba un espacio en la cabina de metal que fuera por lo menos reconfortante para sus delicados huesos.

Una negra. Joven. Proveniente de esas tierras del pito del mundo donde la droga y la delincuencia son los que dirigen. Vino a mi consultorio por un dolor de muela. Le quite el diente incrustado y le regale una menta como compensación. Mas los dos sabíamos que eso no sería suficiente para arreglar el daño. Una semana después éramos ya pareja. Chistoso el recordar como nos veían: el viejo que seguía lo más rápido que podía a la muchachita morena que corría hacía el vendedor ambulante más cercano. El amor no duro mucho. Segundo mes de enero. Salgo de mi consultorio a altas horas de la noche, atareado de tanto paciente. Llamo a mi nena, pero no responde. Vuelvo a presionar el botón de llamada y me sigue respondiendo el buzón de voz. Me impaciento. No hay razón para que se tarde tanto en responder. Lo primero que se me vino a la cabeza fue revisar en nuestro restaurante favorito. Conduje a máxima potencia. Salí del vehículo y lo primero que veo es que ella esta dentro, cenando con un calvo, musculoso y bien vestido. Volví al auto y conduje hacia mi casa. Esperé en mi casa hasta la medianoche. Ella entró abruptamente, con una botella de whisky en la mano y cantando las canciones típicas de su país. Le grité pero ella no respondió ni una palabra. Mi corazón se rompió y por primera vez el “monstruo” actuó con libre libertad. La ate de manos y piernas. La metí dentro del portón y conduje directo a mi consultorio. La puse sobre la silla y prendí la lámpara. La luz naranja le baño la frente roja, los ojos turbios y las palabras sin terminar. Estaba técnicamente sedada. Fue allí donde tome ventaja de la situación y realice lo que, hasta ahora, no dejo de llamar justicia.

Primero, tome varios exploradores dentales y los use para romperle el frenillo del labio. No quedo más que el puro hueso, se lo aseguro. He de anotar que los otros instrumentos, con excepción de la turbina, no fueron del todo efectivos. Ni las varias agujas que pasaban a través del labio inferior ni las cubetas que producían terribles calambres musculares se asemejaron al dolor producido por semejante artefacto. El daño y el dolor incrementaban cuando más me introducía dentro del diente, hasta que este se partía en dos y seguía con la mandíbula, hasta que esta producía el mismo sonido característico. Al día siguiente hube terminado mi obra maestra: una cara deforme con una quijada que colgaba por un delgado hilo de piel. Coleccione los dientes en una pequeña caja...

-Disculpe, doctor -interrumpió el entrevistador – pero ha dicho otra incongruencia. Estoy cien por ciento seguro de que esta confundiendo sus propios crímenes.

Eberhard le miró perplejo y exigió una respuesta rápida. Jean Paul inhalo por unos segundos y comentó:

-Se trata de los dientes que introdujo en la bolsa y no en la caja. Estos corresponden a una de sus primeras víctimas: la joven Zoe, de Texas, quien perdió varios dientes sin necesidad a pesar de usted haber dicho que era un procedimiento necesario.

-Eso es un invento suyo, señor Paul. Si bien mi memoria no me falla, yo nole sacaba los dientes sin anestesia a mis pacientes mujeres, sino que solo les inyectaba veneno. A quienes le quitaba los dientes desde la raíz era a los niños...

El periodista lo calló a gritos.

-No, ¡es usted quien esta inventando las cosas, porque yo, y solo yo, tengo pruebas de que usted si hizo todo lo que niega!

-Pues exponlas, Jean. ¿No crees que he combatido a gente más quisquillosa que tu durante todos estos años? Si ningún alma me ha perturbado, ¿qué va a ser un pobre sobreviviente como tú?

Cuando Jean Paul le mostró sus dientes al renombrado doctor, este salió corriendo, gritando el nombre de varias de sus víctimas. Se agarro de un guardia pero este se lo quito de encima. Siguió escapando, agitando los brazos y advirtiéndole todos los prisioneros de que un “monstruo” le perseguía tanto a él como ellos.

El guardia que hace unos segundos se había quitado al asesino de encima dio un vistazo. Hay estaba el investigador, aún mostrando sus múltiples dientes retorcidos, inclinados trasversalmente y tan afilados como cuchillos.