Parte anterior: Cassiel
La culpa era un sentimiento que jamás había experimentado... hasta ahora. Aún podía ver aquellos ojos inocentes y llenos de dulzura…
“Tal vez no lo sepas, pero puedes confiar en mí.”
Esas palabras dentro de su cabeza. Se hizo sombra y bajó por el suelo hasta llegar a su morada. Vio la puerta de la cuna de los demonios, la franqueó y pasó a aquel lugar subterráneo y poco iluminado, era como una gran galería con enormes edificaciones de piedra gris. Al centro había una plaza con una fuente decorada con figuras demoníacas que gorgoreaba sangre.
Gardien caminó con su forma humana, varios demonios que deambulaban por ahí lo señalaban y murmuraban, sin importarle demasiado se sentó en una banca de metal justo frente a la fuente, se acomodó y cubrió su rostro con las manos.
- Me he enterado, Gardien. ¿Es cierto que ese Arcángel te ha pateado el trasero? –Dijo una voz socarrona, Gardien levantó la mirada, se trataba de Sirpe, un viejo conocido que siempre le había tenido mala voluntad.
-Si lo sabes tú significa que lo sabe todo el mundo, ¿no es verdad? –Contestó Gardien con un rastro de amargura, Sirpe sonrió orgulloso mostrando sus puntiagudos dientes, y se acomodó el largo cabello blanco.
-Aunque también me enteré que te divertiste antes de venir. –Dijo Sirpe con malicia.
-No sé de qué hablas.- Barbotó Gardien.
-Claro que lo sabes, esa jovencita tan virtuosa y gentil.- dijo Sirpe con cizaña en su voz
Al escucharle, Gardien sintió cómo una oleada de furia lo invadía, haciéndole perder el control.
-¡No te atrevas a decir una sola palabra! – amenazó el joven demonio, Sirpe rió por lo bajo y se acomodó el cabello.
-“Si lo se yo, significa que lo sabe todo el mundo ¿no?”- respondió con burla el demonio de cabello blanco. Gardien se levantó sin decir nada y se marchó colérico. -Muy pronto saborearás un alma inocente. ¡Te felicito!- le gritó Sirpe llamando la atención de varios que pasaban por ahí.
Al fin Gardien llegó a su guarida: un lugar un poco más alejado del centro de la cuna de los demonios. Se trataba de una casona grande con un aspecto antiguo, en su interior el estilo de la decoración era de época victoriana. Entró con pesadez y un poco de mal humor, se sentó en el pequeño comedor de caoba y comenzó a cavilar sobre lo ocurrido. Recordaba a Teresa, tocó su pecho, desabrochó su camisa y se quitó el vendaje; sus heridas casi se habían desvanecido, recordaba a la joven curándolo, su mirada dulce y por último su rostro de conmoción cuando él salió por la ventana como un verdadero cobarde sin dar la menor explicación.
“¿Pero qué diantres me sucede? Solo es un humano” pensó tratando de recobrar valor y al mismo tiempo recordó su rostro inocente mientras ambos se unían en aquel instante inmortal.
- Esto no puede ser posible – dijo a sí mismo, fue a recostarse al sofá y se sumió en sus pensamientos, sintió un poco de envidia por los humanos que pueden dormir y olvidarse de sus penas por un rato, aunque por como se encontraba en ese momento si soñaba seguro soñaría con ella. Deseaba verla y al mismo tiempo sentía remordimiento; ella ni siquiera sabía que él era un demonio, la había engañado, naturalmente, no era la primera vez que hacía algo así, pero entonces ¿Por qué era diferente? Sentía un calor latiendo dentro de él ¿Por qué?
De pronto una mano suave y hermosa acarició su rostro, él abrió los ojos y dijo sin inmutarse.
-Eres tú –murmuró con un tono de decepción retirando la mano haciéndola a un lado –Umbra.
Ella se sentó frente a él en la mesita de centro, era sobrenaturalmente bella, de piel morena, cuerpo voluptuoso y curvilíneo, además de esa hermosa cabellera rojiza.
-¿Esperabas a otra? – Preguntó sonriendo e inclinándose hacia él en forma sugestiva- Vine a hacerte compañía.
-No te ofendas, pero no quiero tu compañía. –Dijo Gardien levantándose, se acercó al librero y tomó un libro del mismo- La ignoró por completo mientras leía.
-Vamos, hoy tenía pensadas algunas cosas que podíamos hacer juntos… – susurró Umbra poniéndose detrás de él abrazándolo por la espalda; recorría sutilmente con sus manos su cuello, Gardien no se inmutó en lo más mínimo dando vuelta a la pagina mientras ella lo acariciaba con delicadeza, sus manos fueron bajando y rozando su pecho, recorriendo su abdomen, descendiendo aún más…
-¡Suficiente!- Dijo molesto alejándose de ella y mirándola con enfado -¿No te basta mi indiferencia para saber que deseo estar solo?
Ella lo miró extrañada y seriamente ofendida.
-Nunca antes me habías rechazado, Gardien. –Reprochó Umbra.
-Solo déjame en paz- Le dijo el joven demonio son un dejo de amargura.
-Entonces es cierto lo que dice Sirpe. –él la miro con hastío –Es por esa humana ¿verdad?
-Solo vete – Dijo Gardien caminando hasta la puerta y abriéndola mostrándole la salida.
-Pero dime ¿es cierto? ¿Es por una mortal? –Preguntó insistente Umbra, Gardien volteó los ojos en señal de desespero.
-Si te digo por qué estoy así ¿me dejarás solo? –La joven asintió al parecer esperaba que le dijera que todo eso era por la pelea con el arcángel, sin embargo…
- Sí, sí es por eso ¡Ahora largo! – gritó irritado, ella se fue dándole la espalda y cerrando de un portazo la puerta.
No tenía ganas de hablar con nadie, ni de salir, y menos con su antigua amante. Esa sensación de culpa lo carcomía por dentro.
Durante un tiempo había tomado el hábito de espiar a Teresa mientras ella salía y a cierta distancia, la contemplaba, no podían ser más diferentes; ella era bondadosa, ingenua, algo torpe. Y aunque no era hermosa tenía cierto encanto. Sí, esa era Teresa, la que prefería llegar tarde a trabajar con tal de ayudarle a una anciana o a quien fuera o perder el autobús o exponerse pensando primero en ayudar a otros y usando su sentido común después... como lo hizo con él.
Un tiempo después la había salvado y con pesar vio cómo se fue de la mano de aquel ángel, aunque igual no era su culpa ya que ella era ignorante de lo ocurrido.
Habiendo pensado demasiado y de muchas elucubraciones, Gardien se armó de valor y decidió terminar lo que había comenzado.
Eran las seis y media de la tarde y Teresa se encontraba cuidando su jardín, con un poco de extrañeza regaba la hierba; la silueta del señor Hatherley había quedado marcada, era como si justo donde había caído, el césped hubiere quedado seco y muerto.
Terminó al fin, dejó la regadera y la cubeta en la esquina de la cerca y se sentó un momento en la entrada de la casa.
¿Quién sería realmente él? ¿Y dónde se encontraría? Pensó Teresa, rememoró un momento y sonrío sintiéndose aliviada; al menos lo ocurrido esa noche no había tenido mayores consecuencias. Sin embargo en el fondo deseaba volver a verlo.
En ese lapso de tiempo, Teresa había salido con un muchacho llamado Gerardo, pero justo en la primera salida había terminado discutiendo con él y se había bajado del auto del joven quedando a mitad de camino. Y después de esto había conocido a un chico amable llamado Cassiel, que le había ayudado pero era solo su amigo.
No estaba muy convencida, pero debido a la insistencia de Gerardo, había decidido darle una nueva oportunidad.
A decir verdad solo sentía un poco de estima por él y le enternecían sus detalles e insistencia, aunque a veces detestaba ciertas actitudes.
Se levantó estirándose satisfecha por su trabajo, abrió la puerta y entró a la casa, se limpió en la jerga las botas y fue a preparar el baño, mientras el agua llenaba la tina se sentó en la orilla. Se quitó las botas y limpió el sudor de su frente con el dorso de la mano.
El teléfono sonó, Teresa cerró la llave del agua y bajó a contestar en la cocina.
Sintiendo el piso frío bajo sus pies, tomó el teléfono
-¿Bueno? Hola Gerardo, eres tú ¿Qué pasa? – escuchaba distraídamente mientras jugueteaba con el cabe del teléfono – ah, ya –dijo sin mucho ánimo -¿Y vas a ir? – Preguntó -¿vamos a ir? Mira, no sabía. –dijo un poco molesta. A menudo Gerardo la comprometía o tomaba alguna decisión sin consultarle, esas eran dos de las varias cosas que no le gustaban de él.
Terminó la llamada sin decir mucho. Realmente se sentía mal de tratarlo de un modo tan cortante, pero tampoco le nacía comportarse de otra manera.
Más tarde, mientras tomaba su baño, cerró los ojos sin sospechar siquiera que fuese observada. Una sutil sombra la miraba recostada en la tina cubierta en la espuma, ignorante de su presencia e intenciones, podía ver su cabello castaño y rizado humedecido y brillante, una sonrisa maligna se dibujó en su rostro.
Era Gardien que estaba más que decidido a terminar su empresa; arrancarle la vida y devorar su espíritu.
Teresa se levantó. Luego de un rato abrió la regadera para enjuagarse y se envolvió en la bata. Bajó con calma las escaleras, preparo un té y se sentó plácidamente en la sala a ver televisión.
El joven demonio la miró ahí sentada, fresca y dulce como una flor, a pesar de la hora ella comenzaba a quedarse dormida. Miró aquel sillón donde ella lo había curado hacía un tiempo.
Se repitió a sí mismo que solo era un humano. igual a los millones que infestaban la tierra. Tomó su forma física y la miró dormir como aquella vez.
Se acercó a la joven que se había acomodado de lado en el sofá. Gardien la miró tan apacible y dulce sumida en aquel sueño, acercó su rostro al de ella y justo cuando estaba a punto de besar sus labios retrocedió.
“No puedo hacerlo”
No iba a profanarla ni a engañarla para beneficiarse de ella, sencillamente no podía. Deseaba saber qué tenía ella de especial, qué era lo que tenía ella que le había estrujado ¿su corazón acaso?
Frunció el ceño y se cruzo de brazos pensando. Todo eso era absurdo, él no tenia corazón ni alma, desconocía la bondad, la piedad, o el tan sonado perdón. Estaba a un paso de hacerse de su alma, un alma pura, posiblemente una de las más exquisitas que hubiese probado nunca y sin embargo no podía.
Teresa se movió y abrió los ojos lentamente, frente a ella vio aquel hombre que había caído en su jardín y al que había ayudado, aquel que sin decir algo se fue volando por su balcón después de haberla hecho sentir amada aún cuando fuera solo un error.
Gardien la miró un instante, aquellos ojos grandes y castaños que conocía tan bien, que en su mente lo perseguían. De inmediato se hizo una sombra y descendió por el suelo desapareciendo.
Teresa se levantó, se puso las gafas, no había nadie ahí, pero ella estaba segura de haberlo visto. Debía ser un sueño y nada más.
Aquella noche Teresa venía de regreso junto a Gerardo en su minivan roja, habían ido a una fiesta familiar. La muchacha estaba algo molesta; había sido una reunión de lo más aburrida, ella no conocía a nadie salvo a Gerardo que durante toda la tarde se la pasó atendiendo a otros invitados por petición de su madre y se había quedado sentada sola en un rincón.
-Yo no sé por qué nos regresamos tan temprano- se quejó Gerardo mientras conducía – apenas iban a partir el pastel. – se quejó mientras volteaba ver a Teresa de reojo, que veía por la ventana el desolado paisaje por el que atravesaban.
-No lo tomes a mal, pero tengo cosas que hacer en mi casa, Gerardo.- Dijo un poco cortante y sin mirarlo. Él hizo una mueca, arqueó las cejas y siguió manejando.
Pasó bastante rato en aquel silencio incómodo, de pronto Gerardo acomodó el retrovisor y su rostro se llenó de miedo; un tráiler se les estaba cerrando. El joven perdió el control del vehículo, chocaron rompiendo el muro de contención y cayeron por la barranca. Gerardo se había golpeado en la frente y estaba inconsciente. Teresa cerró los ojos y sintió un vuelco en el estómago, tenía mucho miedo, comenzó a sentir cómo el tiempo transcurría despacio, incluso la caída se hacia más y más lenta. Pensó ingenuamente que en cualquier momento comenzaría a ver su vida pasar frente a sus ojos, se dio cuenta que no caía, así que se asomo por la ventana y observó cómo la minivan permanecía suspendida en el aire, Volteó hacia atrás y cuál sería su sorpresa al ver que una figura alada sostenía con dificultad el vehículo.
-¡Eres tú! – dijo Teresa mirándolo, él sonrió mientras sus alas negras batían con fuerza para hacer descender la minivan, Gardien sonrió haciendo un esfuerzo por detener la caída. En ese momento una segunda silueta alada apareció, era un joven de cabello castaño, de piel blanca vestido con pantalón de mezclilla y una playera blanca, sus alas eran blancas semejantes a las de un ave.
-No sé qué es lo te propongas, demonio. ¡Pero he venido a detenerte! –dijo el recién llegado con tono autoritario dirigiéndose a Gardien.
-¿Acaso estás ciego? deja de hablar y mejor ayúdame. –contestó Gardien con dificultad mientras seguía deteniendo la caída, sentía casi como si se le fueran a desprender los brazos, ya que con su forma humana no contaba con la misma fuerza.
El ángel tomó el auto por el frente y ambos hicieron descender el vehículo. Teresa reconoció a ese otro rostro conocido, se trataba de Cassiel ¿Acaso también era un ángel? Ella revisó a Gerardo que estaba bien, solo había quedado inconsciente, bajó del auto y con ayuda Cassiel lo colocó en el suelo. Teresa se encontró en medio de Cassiel y Gardien que se miraban fijamente.
-Hatherley, eres tú. – dijo la joven mirándolo y acercándose a Gardien.
-Detente, Teresa, él es un demonio, solo trata de engañarte y tomar tu alma – Advirtió Cassiel. Teresa miró a Gardien ¿Un demonio? Pero si eso no era posible, ella estaba segura de que Hatherley era un ángel, uno herido que había pecado… o acaso ¿Cassie tenía razón?
-¿Eso es cierto? – le preguntó la joven mirándole fijamente. Él se limitó a bajar la mirada.
-Puedo explicarlo. –Dijo el joven demonio mientras Cassiel avanzaba interponiéndose entre Teresa y él.
-No tienes nada que explicar, pensé que mi hermano Miguel te había dado tu merecido.
-Cassiel, él nos acaba de salvar y yo lo conozco. – El ángel se indignó un poco y se cruzó de brazos.
- ¿Pero que? – preguntó comenzando a irritarse
- De verdad Teresa, tú no lo entiendes; no puedo permitir que te acerques a él, en verdad, él es un demonio.- Teresa se acercó a una distancia prudente de Gardien.
-Sí, es verdad, soy un…demonio, pero desde el día que me ayudaste… Yo... he cambiado. – admitió Gardien escuchándose sincero.
-¿Le ayudaste? – interrumpió sorprendido Cassiel, Teresa no contestó, Gardien continuó.
-… He pensado que no quiero hacerte daño y que… bueno no te diré frente a él –dijo mirando a Cassiel que lucía indignado. Teresa avanzó hasta donde estaba Gardien y lo abrazó, él la miró y de nuevo sintió aquel calor dentro de él.
- Esto es ridículo. – Se quejó Cassiel –Yo te conozco Gardien, eres un demonio. Y no te creo esta máscara de supuesto arrepentimiento.
- Lo que pienses, Cassie, me tiene sin cuidado. Solo me sorprende de ti ¿no se supone que ustedes los ángeles creen en la redención y el perdón y el arrepentimiento de los hombres? – preguntó con ironía mirándole con una sonrisa. Cassiel lo miró con el ceño fruncido.
-Pero tú no eres un hombre, eres un demonio, un caído, yo estuve ahí ¿lo olvidas acaso?- El demonio lo miró y desvió la mirada, podría tener razón, miró a Teresa y ella tomó su mano notando que estaba gélida tal cual la recordaba.
-Todos merecemos una oportunidad ¿No? – Ella sonrió y apretó un poco la mano de Gardien.
-¡No mientras yo esté aquí! –Dijo Cassiel con ímpetu. Un aura color plata había comenzado a cubrirlo –Yo soy el ángel de la templanza y de la providencia en momentos difíciles ¡y no te permitiré mancillar un alma pura!- Gardien se inclinó. tomó la mano de Teresa y la besó con suavidad.
-Dame un momento, pequeña. –sonrió y se impulsó para emprender vuelo. Teresa se sorprendió un poco.
– ¡Qué estás esperando Cassiel! –Gritó desde el aire mientras sus alas negras se batían.
-Por favor, Cassiel – suplicó Teresa- Él ya no es malo.
-Te equivocas. –Contestó –no lo conoces- dijo y se elevó del mismo modo que había hecho antes Gardien. Teresa los miraba desde el suelo; ambos se volaban elevándose hasta un punto donde apenas era visibles.
Gardien miraba desafiante a Cassiel, ambos frente a frente, cada uno con sus motivos…
-No has cambiado nada, Gardien –dijo Cassiel con dureza mientras volaba manteniéndose a cierta altura.
-¿Cómo puedes estar seguro? –Preguntó el joven demonio con un semblante impasible – solo he decidido pelear contigo por algo que me importa.
-Si así lo quieres…- Cassiel extendió su brazo y en su mano se materializó una espada. -Mientes, cuando renunciaste a nuestro padre, sabías lo que hacías ¿sabes por qué el arrepentimiento es exclusivo para los humanos? Porque ellos pueden equivocarse, verse cegados por sus pasiones, por sus impulsos.- Gardien materializó un escudo rodela color negro, monstruoso; estaba lleno de picas y púas y en el centro tenia un cráneo.
-No entiendes nada –dijo Gardien –pero ya que parece que es la única manera en que me dejes en paz, que así sea… – dijo poniéndose en guardia.
Cassiel dio un salto y se abalanzó con la espada contra Gardien, que se cubrió con el escudo repeliéndolo.
-¿No piensas atacar?
-De verdad no quiero hacer esto. Si deseo cambiar… ¿en que me serviría esto?
-Eso suena a mentira –replicó Cassiel, Gardien esquivaba la embestida de Cassiel mientras volvía a ponerse en guardia.
– ¡Ríndete!- Cassiel comenzaba a reunir una gran cantidad de energía en su cuerpo que comenzaba a fulgurar en un tono plateado intenso.
- ¡Gardien! –gritó Teresa desde abajo. El demonio volteó un momento – ¡Detente por favor!
-Pero… – Gardien volteó en dirección a la chica. Un rayo plateado le impactó justo en el pecho y precipitadamente comenzó a caer, sentía cómo le escocía aquella herida, justo algunos metros de una formación de roca pudo retomar vuelo.
– ¡Ha sido suficiente! –gritó Gardien mientras volaba batiendo sus alas negras hacia Cassiel. Lanzó la rodela como si fuera un disco; el escudo impactó en el brazo del ángel provocando una gran herida sangrante, un poco más y le hubiese mutilado. Gardien tomó el escudo, que regresó, obediente, a su mano. Cassiel denotaba dolor, no obstante volvió a arremeter contra su adversario, Gardien se defendió con el escudo, bloqueando y esquivando corte tras corte, de su mano libre el demonio lanzó un rayo de energía púrpura que asestó de lleno en Cassiel lanzándolo lejos.
¡-Cassiel! –gritó Teresa mirando a su amigo caer y estrellarse con gran estruendo en unas formaciones rocosas, ella corrió tanto como los zapatos altos se lo permitían en aquel desolado paraje. –Resiste, estarás bien –dijo conmocionada y se puso delante del herido extendiendo los brazos, Gardien se aproximaba amenazante hasta donde estaban ambos.
–Por favor, Gardien, no lo hagas. – Suplicó Teresa mirándolo con aquellos ojos, a los cuales él no podía negarles nada. El escudo desapareció.
-Él empezó, yo no quería hacerlo… -dijo Gardien a manera de disculpa mirándola con pesar, ella se inclinó para ayudar a Cassiel, por alguna razón verlo tan lastimado le resultaba familiar.
- Hablaremos, te lo prometo, por ahora debemos ayudarlo y también a Gerardo. –dijo ella mirando de reojo a Gerardo que seguía desmayado. Aunque Cassiel estaba mal herido, debido a su condición de ángel, pronto recuperó fuerzas y sus heridas sanaron, con excepción de la herida de su brazo, que lo hacía con lentitud.
-Esto es por que ese escudo es un arma demoníaca –contestó Cassiel a Teresa que, intrigada, miró a Gardien que guardaba distancia de ellos.
-¿Qué va a pasar ahora, Cassie? –Preguntó Teresa mientras lo ayudaba a levantarse.
-Pues eso depende de ti –dijo el ángel un poco cortante. –Puedes elegir entre seguir tu vida como hasta ahora; como una persona ejemplar, y de corazón puro o creer en el supuesto arrepentimiento de Gardien y terminar mal.- Teresa bajó la mirada, no sabía qué pensar, desde aquella noche no dejaba de pensar en Gardien, en esos ojos azules, esos labios gélidos y perfectos. Lo miró, al igual que Cassiel había ocultado sus negras alas, estaba recargado en la formación de roca, lucía inexpresivo.
-Yo… – dijo Teresa. Ambos la escuchaban con atención – Quiero creer en Gardien –Cassiel alzó las cejas, Gardien sonrió pero no del modo sombrío en que solía hacerlo si no con un toque de gratitud. Cassiel posó su mano en el hombre de la joven.
- Solo cuídate, Teresa.- Dijo el ángel y acto seguido desplegó sus alas y emprendió vuelo hacia el horizonte. Gardien se acercó a ella.
-Yo puedo explicarte… – fue interrumpido por un beso en las labios, él la miro sorprendido y la abrazó, sentía aquel calor en su pecho y un vibrar en su espíritu que no recordaba. Se quedaron unos instantes mirándose…
-¿Teresa? – Ambos voltearon a la vez. Se trataba de Gerardo, que acababa de recobrar el conocimiento
-¿Cómo te sientes? –Preguntó Teresa mientras el regordete joven se trataba de incorporar.
-¿Qué paso? Yo vi un tráiler que…-Gerardo miró a Gardien con extrañeza -¿Quién es él?
Teresa se quedó seria, era una situación demasiado incómoda.
-Soy amigo de Teresa, venía de paso y como me di cuenta que se habían quedado varados me detuve a ayudarles. –Dijo de modo convincente.
-¿Pero cómo llegamos aquí? – preguntó insistente el muchacho.
-Bueno… lo importante es que estamos bien ¿no? –Dijo Teresa con cierto nerviosismo.
Cuando Gerardo se sintió un poco mejor, los tres se dirigieron a un solitario camino que rodeaba la barranca y luego volvía a la carretera.
Teresa iba en el asiento de copiloto, mientras Gardien un poco inconforme se había sentado atrás. El viaje transcurrió en silencio y una hora más tarde ya habían llegado a la casa de Teresa.
-Bueno, tengo que regresar con mi madre –Dijo Gerardo como si se preciara de ser alguien responsable – Cuídate, nena. –dijo Gerardo intentando besarla a pesar de la molestia de la joven, ella lo abrazó sin mucha efusividad.
-Está bien, hablaremos después. –dijo ella despidiéndose, Gerardo asintió y se despidió con la mano de Gardien, subió a su auto y se fue. Gardien la miró con una risita.
-Todo un caballero andante ¿o no? –Teresa lo miró sonriendo.
-Aún tienes que explicarme algunas cosas – Dijo ella con expresión paciente.
-Y lo haré, pero quiero disfrutar este momento, pequeña. –la abrazó y Teresa se recargó en su pecho sintiendo cierta calidez y un pequeño y débil latido. Gardien la observo y comprendió que podía cambiar si así lo deseaba y que pasara lo que pasara valdría la pena, pues él ya había encontrado una razón más poderosa para existir que cualquiera en su antigua vida, aquella a la que sin pensarlo demasiado estaba dispuesto a renunciar, la había encontrado a ella.